Un día un chico llamado Águila iba caminando y se encontró con un arco y un carcaj lleno de flechas. Él lo llevó a su casa y ahí sus papás le preguntaron dónde había encontrado el carcaj y el arco, y él les dijo que iba caminando y se los había encontrado.
A la mañana siguiente probó las flechas. Cuando probó una, disparándola contra un árbol, la flecha se volvió negra, y cuando se clavó en el árbol, éste se marchitó. Luego probó otra y se volvió dorada, y cuando se clavó en el árbol al que la flecha iba dirigida, se volvió de oro. Al ver eso, sus padres lo llevaron ante el rey y le contaron lo sucedido. Entonces el rey le ordenó clavar flechas en todos los árboles de los alrededores, porque el rey era ambicioso y deseaba que todos los árboles se trasformaran en oro puro. Pero al ser lanzadas, una a una las flechas se volvían negras y los árboles donde se clavaban se marchitaban; y como Águila no conseguía que las flechas convirtieran los árboles en oro el rey se enfurecía cada vez más. Y como al chico no le gustaba que el rey se enfureciera, trataba y trataba de que las flechas salieran doradas, pero eso no ocurría. Entonces les dijo a sus padres que no quería lanzar más flechas porque sentía mucha tristeza de que los árboles murieran. Pero como sus padres habían conseguido la amistad del rey, lo obligaban y lo obligaban a disparar flechas a cada árbol que encontraban a su paso, y Águila casi no comía. Y entonces, ya muy cansado lanzó una flecha más y ésta se volvió dorada en el aire. Los padres de Águila saltaban de alegría, pero el chico se sentía mal porque ya no tenían alimentos ni aire para respirar, porque no tenían árboles vivos ni verdaderos. Y todos, menos Águila se asfixiaban. Tanto sus padres como el rey estaban arrepentidos y toda la gente del pueblo sentía que se moría.
Una tarde Águila estaba caminado por entre la arboleda que estaba sembrada de seres marchitos o convertidos en oro puro y descubrió un árbol no transformado detrás de otros dos árboles dorados, y vio desde donde estaba que la corteza del árbol estaba rallada. Se acercó y vio que tenía escrito su nombre y él pensó: “Este árbol debe darme el oxígeno sólo a mí.” Y se le ocurrió una idea descabellada: “Y si disparara dos flechas al mismo tiempo pensando en el árbol que yo quiero…” Entonces cerró los ojos y disparo las dos flechas a uno de los árboles que tapaban el árbol natural, pensando en un árbol vivo; y cuando abrió los ojos, descubrió que el árbol de oro era un árbol vivo nuevamente y fue a decirles a sus padres y al rey mismo. Y cuando obtuvo el permiso de sus padres y del rey fue retransformando los árboles en seres vivos. Y el pueblo volvió a respirar y todos allí, empezando por el rey, aprendieron una lección.
lunes, 2 de junio de 2008
El arco del bien y el mal
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